martes, 9 de junio de 2009

El remedio de la tía Mariquita que con aceite todo lo quita


La belleza del olivo, Señor del campo andaluz, no es nada comparada con la luz que brilla dentro del fruto. Luz que penetra. Luz secreta y oculta en el aceite de oliva que nos vivifica.La salud se confunde con la voluntad de vivir.
La primavera nos pide estar atentos del otoño. Y reanimarnos con el calor y la frescura del zumo de la oliva en verano nos hará soportar mejor el frio invierno, pero sabiendo que el aceite sólo cura a quien quiere curarse.
Así, de luz a luz, los que conocen las propiedades del aceite siempre repiten.

De Cocina y usos culinarios antiguos

Para hablar de cocina preparada tendremos que llegar hasta los griegos y sobre todo a los romanos.

El concepto de guiso, o la mezcla de varios componentes alimentarios para conseguir gustos diferentes, tiene su origen en las clases menos pudientes, y en su afán de aprovechar todo cuanto otros desechaban.

La sal procedía principalmente de minas, sólo en el delta del Nilo se producía en salinas y si bien se utilizaba escasamente en la condimentación de los alimentos sí era necesaria para la conservación del pescado.
En el dulce también intervenía la posición social: la clase pudiente lo obtenían de la miel, y el resto de las gentes de la simiente molida del algarrobo.
La bebida por excelencia era la cerveza, que a falta de lúpulo se aromatizaba con hierbas (romero).
El vino hacía pocas se consideraba imprescindible en los festines de los ricos, su consumo y abuso era notorio.
El destino del pescado, aunque se practicara la pesca como deporte y como oficio, era la mesa del menos pudiente. Desecado al sol o salado se conservaba durante tiempo. Con la llegada de la dinastía griega (siglo IV a. C.), y dado que los nuevos faraones sí lo consumían, el pescado gozará de mejor reputación.

Sabemos, por estar documentado, que Cleopatra, cuando fue al encuentro de Marco Antonio, el menú que le ofertó en su barco se componía principalmente de ostras, pulpo cocido y cigalas.

En Grecia, y mejor en Roma, el oficio de cocinero llegó a ser muy importante, y sus recetas verdaderos libros. Sabemos que Julio César viajaba con su cocinero que constantemente le preparaba platos diferentes.

Las gallinas y los pollos aunque sí existían, no eran apreciados en la mesa egipcia. Una vez más, con los romanos, su consumo se popularizará.

La emperatriz Faustina, esposa de Marco Aurelio (año 161), mitigó las incomodidades del parto tomando caldo de gallina durante la cuarentena. Ironías de la vida, o en reconocimiento al caldo de gallina, a su hijo y futuro emperador se le llamó Cómodo.

Los egipcios, además de sus fiestas religiosas, incluían en su calendario una serie de días fastos y otros nefastos. Durante estos últimos, además de la prohibición de ciertas actividades, debían practicar el ayuno.

Una vez más este ayuno lo encontraremos en la Cuaresma cristiana, en los musulmanes y los judíos. También estaban obligados a unas reglas de higiene completamente normalizadas.

Debían lavarse varias veces al día: al levantarse, y antes y después de cada colación. Realizaban tres comidas, y la más importante era al mediodía que la hacían sentados.